La Gran Esperanza Blanca

Stanich  en la Joy

Ángel Stanich en Joy Slava

Vivimos tiempos de necesidad, urgencia y frugalidad. Tenemos necesidad de nuevos héroes, urgencia por coronarlos y facilidad para olvidarnos de ellos rápidamente. Afortunadamente el ser humano es por naturaleza contradictorio e inquisidor, se pone trampas a sí mismo para salir de esos tópicos y premiar la autenticidad. Una de esas trampas auténticas es Ángel Stanich, un chaval de apenas 24 años que se convirtió en el año 2014 en una de las revelaciones de la escena musical española y colocó su disco debut Camino Ácido, entre los mejores del 2014 para La Siesta DO Lunes.

En esa urgencia por establecer mitos alineados con las tendencias del consumo más actuales y las modas más insensatas, Ángel Stanich ha tenido que convivir con etiquetas que le quieren entronar como músico de culto para el movimiento hipster con el respaldo del mencionado disco publicado por Sony Music.

Así llegaba Ángel Stanich, en sus propias palabras «en la bonita noche en la que confluían Viernes 13 y San Valentín» a la Sala Joy Eslava, con ganas de aislarse de los tópicos y hacer su música. En la sala esperaba una audiencia que poco tiene que ver con el movimiento hipster ni con fenómenos groupies, sino más bien un público de mediana edad envidioso de la cabellera del artista en cuestión.

Ángel Stanich sube al escenario aferrado a su sencilla guitarra acústica para no soltarla en todo el concierto. Su carisma le libra de la típica pose rockera empuñando una Telecaster o una Gibson Les Paul pero sí midiendo a la perfección los movimientos de su banda, dejando poco al azar o a la improvisación.

Una guitarra eléctrica, un bajo y una batería. Esa es la banda de Ángel Stanich en directo, una formación sencilla pero muy contundente (a la que se suma ocasionalmente un Hammond) para apalancar en su brutal presencia sobre la tarima el desarrollo de todo su repertorio en vivo, que además de las canciones de Camino Ácido y su último EP Cuatro Truenos Cayeron, se ve aderezada con versiones de la Creedance Clearwater Revival o Mark Lanegan. Un show que quizás vaya de más a menos para repuntar en un explosivo cierre con Metralleta Joe. La única pega de la presentación fue la propia audiencia, quizás demasiado fría para el show que le presentaban, donde la única nota de color venía de un sector de la sala donde una camiseta de la Selección Argentina invitaba a algún que otro pogo y que sólo despertó cuando el maestro Ángel Stanich bajó con su inseparable acústica a caminar entre el público para ser uno más entre el respetable.

El show de Ángel Stanich en la Joy Slava fue un concierto en el que cada uno supo cuál era su papel, como el sensato, medido y «pedazo de guitarrista» que acompaña a Ángel para llenar de cuerpo y volumen el directo, destacando quizás sobre la base rítmica de la banda, que es correcta. Una presentación que nos recordaba a la gira de Ryan Adams en el 2004, un show que más de uno se propondrá evolucionar en directo y en estudio. Y aquí es donde viene el peligro.

¿Peligro? Sí, peligro de perder la autenticidad y esconderla entre adornos. Un artista es lógico que evolucione y recorra varios caminos musicales encontrándose a sí mismo para después de una década o dos, volver a sus orígenes si tiene la suerte de poder seguir haciendo música. Pero las canciones de Ángel Stanich hay que dejarlas así, como están, como el las ha parido. Seguramente más de un productor se está frotando las manos pensando en su próximo disco para meterle unos vientos por aquí, unos arreglos de cuerda por allá, redoblar las percusiones, y llevar toda esta propuesta a una mega-gira con seis o siete músicos encima del escenario que le permita dar el salto a recintos más grandes.

No es necesario, en serio. Más allá de la evolución que el artista quiera marcar en su carrera, Ángel Stanich no necesita ayuda ni artificios. Su variedad de registros (en algún momento recuerda a Jordi Skywalker) y su capacidad para hacer crecer a su banda día a día le convierte en un músico completo, capaz de con sólo una mirada invitar a su bajista a elevar la intensidad mediante slaps, o de pausar a su baterista cuando es necesario.

Que no pase como en la famosa película La Gran Esperanza Blanca, cuando al campeón del mundo de boxeo, un boxeador de color exiliado, le exigen renunciar a su trono amañando un combate a cambio de levantar las penas de prisión que los gobernantes racistas del sur le habían impuesto al casarse con una mujer blanca.

Ángel Stanich, ¿la gran esperanza blanca? Quién sabe, lo que es seguro es que Ángel está aquí para quedarse. ¡Qué vengan muchos como él!

 

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